Mi relación con Rembrandt viene desde lejos: después de Goya, es el primer pintor que me impresiona, con ellos y con Velázquez compartía días en el museo del prado.
En los cambios de tren, camino de Barcelona, en segundo de bellas artes, conozco a un profesor que me lleva hasta los muralistas mexicanos, desde ese momento y dada mi “cierta” obsesión por los grandes formatos, ve en mí una capacidad de absorber el espacio y de manejar la composición que dice me acerca al mural.
Las investigaciones son lógicas y empiezo a diferenciar entre el mural y la pintura de pared. y a comprender el parón histórico que se produce en la ornamentación de paredes, entre el renacimiento y los muralistas mexicanos del siglo xx. estudio a los artistas del trecento y quatrocento, analizo a Paolo Ucello, que es donde el arte comienza a pretender la tercera dimensión de un modo más preciso: sus composiciones geométricas, su arquitectura me interesa mucho y construyo mi trabajo en base a una analítica geométrica muy precisa….
Mientras, surgen y son de estudio las otras pinturas de caballete…y ahí aparece Rembrandt con su “escultopintura“, con sus trazados hechos a base de pintura con el rabo del pincel para dar efectos y transparencias, observo su intensidad, su materia que me apasiona, sus grises y sombras, su ritual pictórico, su libertad creativa, su desparpajo, la mezcla de color totalmente matérico. copio algunas de sus obras y sobre una, “Una chica en una ventana“, me surge todo un mundo paralelo que coincide con la transición, y pienso en esa pintura e imagino que esa ventana podría ser aquella desde la cual se ve el mundo, y decido empezar una serie de pinturas y dibujos, que título “Crónica desde Rembrandt“, una confrontación entre el mundo social del momento y la pintura, entre la reflexión y manifestación. entre la lucha colectiva y la otra lucha, la mía personal con la expresión y en cierto modo el alejamiento de los clásicos….