No quiero, ni pretendo, cualificar una u otra forma de ver y expresar; a cada uno lo suyo. Lo que intento decir es que, desde mi experiencia personal, el retrato, siendo un ejercicio no siempre grato, debe poseer la cualidad de hacer que la imagen responda al modelo a través de una secuencia continuada y alejada del instante, no consiste en “salir bien”, consiste en ser, en tomar pulso a el carácter y forma del modelo, a ajustar la traducción por medio de los elementos físicos de la pintura que tiene que responder a dos funciones esenciales: el pintor y el modelo.
Es esta confluencia la que hará que el retrato tenga su función mas allá de una del momento. No pintamos ese momento, pintamos desde nuestro ejercicio personal de los materiales y su personalidad de uso, una obra que trasciende al tiempo y a su condición de instante, pintamos sobre el tiempo, con el tiempo, y dejamos, del mismo modo, nuestra impronta personal en la superficie pintada haciendo del modelo un elemento manipulable para dejar una pintura, ahí está, para mi, la función esencial y única del retrato: pintar entre la memoria y el tiempo real haciendo del retrato una pintura, es decir, lo que se hizo de modo intemporal a lo largo de la historia de la pintura.