El 14 de marzo de 2012 a las 14,36 h paseando de Gran Vía a la calle Atocha, en la calle Marqués de Cubas 23, veo un contenedor amarillo en el que impactaba el sol en ángulo oblicuo de derecha a izquierda: mi luz preferida y la que uso en casi toda mi obra. Hice una fotografía y en días posteriores volví a ver el mismo contenedor, con variaciones en la carga, hasta que un día, ya no estaba.
La imagen la mantuve en la retina y en el pensamiento durante un tiempo y pensé que era un buen motivo para una pintura: su impacto visual, la carga casi perfecta (hice una breve corrección al fotografiar) y la luz espléndida.
En los días posteriores miraba la foto con frecuencia y daba vueltas a una idea que poco a poco iba tomando forma: la obra tenía que ser grande, casi buscando el tamaño real, así que me hice con el material necesario y asumí todos los riesgos propios de quien empieza un trabajo y no tiene ni idea de cómo puede terminar.
Ya pintando el “Marqués de Cubas 23” comienzo un proyecto que iba a durar 5 años, pasando por “Francesc Maciá” (San Cugat del Vallés), “Don Tello” (Gernika), “Duque de Medinaceli” (Madrid), “General Pardiñas” (Santiago de Compostela), “Calle Guadarrama” (Madrid), y así hasta “Velázquez”, y otros, para llegar a “Lope de Vega” (Madrid) el 14 de febrero de 2017.
El trabajo (mi discurso) se dirige hacia la búsqueda permanente del resultado final, estudiando muchas variables y diferentes posibilidades, trabajando con papel, imagen fotográfica, la imagen real, acuarela, óleo, etc, hurgando en todo el juego de formas y planteamientos para detener la imagen en un punto último, sabiendo que, en buena realidad, ese punto nunca es “el último” y que las distintas opciones siempre van a estar presentes.
Algunas de las obras (trabajos), se mantienen en “su” tiempo y otras han sufrido variaciones y con ello nunca he dejado de ver y acercar distintos caminos, mutando, variando y haciendo un planteamiento distinto: es mi juego, es mi debilidad hacia la duda y la variación, un modo, el mio, de hacer mi trabajo.
En ocasiones he sentido la necesidad de “repetir y repetir” hasta la saciedad el mismo objeto, que partiendo de una primera imagen, busqué entre líneas cualquier otra información que pudiera servir a mi pretensión: la reiteración, la repetición (casi obsesiva), muy manifiesta en mi último trabajo, “Lope de Vega”, incidiendo una y otra vez en el dibujo y su posibilidad, abre un abanico de opciones que decantan el resultado final (último) hacia una trasparencia que no deja parte sin resolver ni estudiar.
Al mismo tiempo, esta continua y repetitiva visión, deja, como síntoma de agotamiento, una necesidad de cerrar el ciclo y dar por finalizado el discurso práctico, sabiendo, con certeza, que de comenzar de nuevo, otras opciones se cerrarían sobre sí mismas y/o abrirían distintos caminos para explorar: el camino, la ruta seguida, el viaje, la única y mas plausible verdad de la aventura de pintar. Para mí, sin duda es así.