En Poio (Pontevedra), un día temprano, me encontré a Manuel , llegaba del mar después de una noche de pesca, yo iba a recoger un tronco de naranjo, un viejo tronco retorcido y de buena madera, pensaba utilizarlo, sin saber bien en qué, y estaba allí, mirándolo, cuando aparece él. En su cara había toda una historia para contar, su figura era poderosa a pesar de su corta estatura, sus manos, grandes, cargadas de esfuerzo y remo…me quedé mirándolo un tiempo, sin apartar la mirada de su figura. Con mi cámara, siempre conmigo, comencé a fotografiarlo. En las primeras imágenes había cierta tensión que desapareció muy rápido. Posó con naturalidad. Le hice fotos por todos los ángulos sin preocuparme mucho por la luz o la calidad. Me interesaba mucho su imagen, su figura.
En mi estudio de New York, pasados unos meses, en la mesa de dibujo, pensando que hacer, recordé de pronto aquella figura, cogí el CD que guardaba las imágenes, las vi en la pantalla, hacía meses que no las veía, las amplié lo que pude y comprobé que no se descomponía, que aguantaba la dimensión, la sobre dimensión, … y empecé a dibujar su rostro que vi, en seguida, en gran tamaño.